Esta entrada se refiere a varias cortas salidas al campo realizadas la semana pasada en Santorcaz. Algunas tardes, antes del anochecer, fuimos a dar paseos por los caminos que llevan a Pezuela, Píoz o Corpa. En los campos ya cosechados y comidos por el sol es difícil, pero no imposible, detectar elementos naturales dignos de mención.
Empiezo con el causante de uno de los sonidos más característicos del verano: la cigarra. Este pequeño insecto genera con el frotamiento de sus alas el ruido que acompaña las siestas del estío. El día anterior un niño de unos 3 años me preguntó qué bicho hacía ese ruido y que quería verlo. Le respondí que era un insecto muy difícil de descubrir, pero por casualidad, al día siguiente encontré una cigarra recién metamorfoseada tranquilamente subida al tallo de un hierbajo. Tal vez alguien que se haya hecho la misma pregunta, puede ver al ruidoso causante.
Cigarra, posiblemente Cicada orni |
También hay otros insectos en las hierbas, como algunos dípteros que se dedican a capturar a las molestas moscas y mosquitos de toda la vida. Es por eso que los insecticidas acaban, tanto con los insectos plaga, como con sus depredadores, desequilibrando el ecosistema.
Mosca depredadora succionando a su presa |
En este verano tan tardío, es de esperar que los aguiluchos cenizos (Circus pygargus) hayan tenido tiempo suficiente para sacar adelante a sus crías sin que les pasen por encima las cosechadoras. Un anochecer, a lo lejos, pudimos ver dos aguiluchos que se posaban sobre un acopio de paquetes de paja para pasar la noche, cada uno en una punta.
Aguilucho cenizo posado sobre paquetes de paja |
Ya con el sol bajo el horizonte, la luna salió y adoptó ese color rojizo que aún imperaba, pareciendo un inmenso semáforo en ámbar.
Luna sobre el horizonte al poco de anochecer |
Otra tarde, que fuimos acompañados en el paseo, los nerviosos verderones (Carduelis chloris) comían semillas de cardo mariano, a pesar de la protección de las púas de esta planta.
Verderón adulto |
Una mañana, en cambio, me preparé un escondite con la intención de pasar desapercibido y que los pájaros no se alejasen de mi. Es verdad, que no me descubrieron, pero justo ese día decidieron posarse en árboles algo alejados y no en los posaderos más próximos que yo intuía que usarían y que podrían dar fotos más nítidas.
Empezaron a acercarse los verderones, en este caso un joven, que como se puede apreciar tiene un color más apagado y estrías en el pecho que lo diferencian de los adultos.
Verderón joven |
Luego llegaron los gorriones chillones (Petronia petronia), o duresas, como se conocen en Santorcaz. Éstos se posaron algo más lejos, pero aún así se percibían sus marcadas cejas más claras, útiles para diferenciarlos de otros gorriones.
Gorriones chillones |
Alguna paloma torcaz (Columba palumbus) me sobrevoló rozándome sin verme, pero sólo un pichón se posó algo lejos. Aún así se ve que es tan joven, que no tiene la característica mancha blanca en el cuello de las torcaces adultas.
Joven pichón de paloma torcaz |
Y la mañana no dio para más, cambió el tiempo y amenazaba lluvia, al salir del "hide" o escondite que me preparé, me pasó cerca un águila culebrera (Circaetus gallicus), y me dio tiempo a tirarla una foto rápidamente.
Águila culebrera en cielo plomizo |
Llegando al pueblo, frente al Caño Alto, la sorpresa desagradable del día: después del juego que están dando los verderones este verano, encontré a este joven que seguramente había impactado contra algún coche. Su inexperiencia le costó la vida.
Joven verderón atropellado |