domingo, 16 de abril de 2017

MÁS AGUILUCHOS LAGUNEROS, RATONEROS Y CIGÜEÑAS NEGRAS

Hemos estado en Santorcaz en esta Semana Santa, que cualquiera diría que ha sido en junio en lugar de abril. Casi apetece salir al campo a última hora porque a medio día el sol cae a plomo. Y eso hemos hecho el jueves y viernes, dar un par de paseos por el Camino de Corpa y al Cerro de La Elvira respectivamente.
Por el Camino de Corpa nos entretuvo bastante un aguilucho lagunero (Circus aeroginosus), que antes de irse a dormir estaba a ver si cenaba algo.

En vuelo rasante, los laguneros alternan planeos con aletazos
Aquí planeando a baja altura con los depósitos de agua al fondo
Cuando detecta algo, frena con la cola abierta y encogiendo las alas, se lanza a plomo
Si no hay suerte, con profundos aleteos se eleva para ganar algo de altura

Todo esto pasaba mientras las calandrias (Melanocorypha calandra) animaban el paseo con su canto y sus imitaciones de otros pájaros.

Siempre a gran altura cantan las calandrias, que destacan por sus alas negras


Como pasa a menudo, los atardeceres desde este camino, son un espectáculo.

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Al día siguiente, tuve la cámara a mano por el jardín porque algunos árboles aún tienen pocas hojas y los pájaros cantores se ven muy fácilmente aunque tengan colores verdosos. 

Verdecillo (Serinus serinus)
Verderón (Carduelis chloris)

Por la tarde, otra rapaz nos entretuvo un rato en el lavadero, un ratonero (Buteo buteo). Aprovechando el aire que chocaba contra el Cerro de la Horca para planear y cernirse, la rapaz vigilaba a ver si había algo para merendar.

Ratonero común, con el cuerpo bastante claro
Como el sol ya estaba bajo, en los giros se iluminaban sus partes ventrales
En vuelo cernido, aprovechando el aire en contra

Y ya en casa, justo antes de entrar por la puerta, un sorpresón: una pareja de cigüeñas negras (Ciconia nigra) muy altas, en vuelo migratorio. Sólo una foto en malas condiciones pude hacer, para dejar testimonio.

Cigüeñas negras, unas aves muy escasas
El sábado no tocó campo, fue ciudad y centros comerciales, pero antes de salir saqué cinco minutos para ver qué pajarillos cantaban en los árboles del vecino, y como siempre, algunos había.


Colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros) cantando en un lugar prominente

Los herrerillos comunes (Cyanistes cyaneus) buscan lugares más cubiertos

Jilguero (Carduelis carduelis) uno de los mejores cantores
Y hoy he madrugado para estar un par de horas a mi aire, pero para no aburrir al lector que haya llegado hasta aquí, lo contaré en unos días.

lunes, 10 de abril de 2017

ZORRO Y DIFERENCIAS SEXUALES EN AGUILUCHOS LAGUNEROS

No se puede dejar pasar este "buen tiempo" que hace y como hacemos últimamente, lo disfrutamos juntos, excepto el domingo que madrugo yo un poco más. 
Si la semana pasada tres tejones fueron protagonistas, ésta empezó con un zorro (Vulpes vulpes), que tras husmear por un lindero en busca de ratones o topillos, salió corriendo a través de un sembrado. Aunque en las fotos no se aprecia, estaba en muy malas condiciones, probablemente tendría sarna.

Atento a los ruidos y olores, cada poco tiempo el zorro hundía el hocico en el lindero
Al final, puede que capturase algo pues salió corriendo tan contento
La mañana pasaba tranquila, y aunque pocos, algunos pajarillos y conejos (Oryctolagus cunniculus) se ponían a tiro.

Alcaudón real meridional (Lanius meridionalis)
Cogujada montesina (Galerida theklae)
Curruca carrasqueña macho (Sylvia cantillans)
Dos conejos al sol, al borde de un arroyo
Los que me entretuvieron un buen rato, fueron una pareja de aguiluchos laguneros (Circus aeroginosus). Primero salió el macho y después la hembra, lo que permite ver algunas de sus diferencias en esta serie de fotos.

Partes superiores tricolor del macho
De perfil también se aprecia su cabeza más clara
Y por debajo, las alas son claras con los extremos oscuros.
La hembra es mucho más oscura en general salvo la cabeza y el arranque de las alas
En vuelo ascendente
Curiosamente cuando se ve alguna rapaz, suele verse otra, me da que entre ellas se vigilan y al mostrarse una, las otras salen a marcar el territorio.

Ratonero común (Buteo buteo), un individuo bastante claro
Al final llegué a casa con un buen botín, pero después salimos todos a dar una vuelta al lavadero, allí mi pequeña vio su primera culebra y no la tuvo ningún miedo.

Juvenil de culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) con su típica ceja muy marcada
También bajaron a beber al lavadero bastantes pájaros como esta pardilla (Linaria cannabina)
Acabo con una triste foto que muestra cómo se echa pesticida alrededor de una fuente en la que aún mucha gente bebe, juegan los niños y con la que se riegan muchos huertos. ¿De verdad es necesario?

Suelo quemado por el uso de herbicidas, justo encima de un manantial

domingo, 2 de abril de 2017

TEJONES, ÁGUILAS Y AGUILUCHOS

Siempre lo digo, salgo mucho al campo porque no sé lo que me puede deparar, y cada poco tiempo veo o aprendo algo nuevo. Este fin de semana en Santorcaz, he visto unos tejones (Meles meles), que nunca había visto vivos antes en ninguna parte, y he podido fotografiar un pajarillo que tampoco había podido hacerlo antes en Santorcaz. Alguna cosa más para aliñarlo, y han sido unas jornadas redondas.
Pero empiezo por el principio: el sábado, aunque fresco y ventoso, empujando nuestros carritos, junto a unos amigos dimos un paseo por el campo y aunque no pude dedicarme a los pájaros, en las antiguas eras había una preciosa lavandera boyera (Motacilla flava). Se trata de un pájaro que no cría en Santorcaz, pero en sus pasos primaverales y otoñales se pueden ver con suerte. Ésta que yo vi, era de la subespecie flava, cuya área de distribución es el centro de Europa.

La subespecie flava destaca por su cabeza gris con una lista blanca,
y la garganta y toda la parte ventral amarilla
De todas las lavanderas, es la que tiene la cola más corta, aún siendo larga.
Una pena que el veneno haya matado todas las hierbas
Hoy domingo, he madrugado, aunque no mucho, y el fresco viento no vaticinaba un buen día de pájaros. Lo primero que me ha salido, ha sido una pareja de azulones (Anas platyrhynchos), que este año tendrán difícil criar, puesto que no hay mucho agua por los arroyos.

Macho y hembra vuelan muy juntos antes de desaparecer de mi vista
Casi al mismo tiempo, el aguilucho lagunero macho (Circus aeroginosus) ha salido a ver qué pasaba, y después la hembra, aunque sólo he podido fotografiar, malamente, al primero.

En esta foto, se ve un ala por debajo: muy clara y con el extremo negro;
y la otra por arriba: extremo negro, gris y marrón oscuro.
Sudando al sol y helándome a la sombra, he seguido viendo pajarillos, aunque muy pocos se paraban más de unos segundos.

Casi siempre muestro el pecho de los carboneros, pero su dorso también es colorido
Y después vino la sorpresa: un tejón adulto, seguido de dos juveniles, ni me oyeron ni olieron al llegar, pues el viento en contra me ocultaba de su agudo oído y olfato. No obstante, estaba el mayor nervioso, pues no hacía más que avivarles para ponerse a cubierto. Y es que la literatura dice que son nocturnos, y que incluso evitan salir de sus madrigueras los días de luna muy clara, pero por algún motivo, a éstos las diez de la mañana les pilló de vuelta a casa.

Mucho más grande, un adulto guía a dos juveniles...
volviéndose par a animar a apretar el paso...
... para llegar pronto a la tejonera.
Con esto ya estaba más que satisfecho, pero aún había más, en el camino de vuelta, no puede evitar entretenerme con un piquituerto (Loxia recurvirostra), unos pájaros nada tímidos que aunque se alimentan en pinares, gustan de choperas para cantar.

Un juvenil, tranquilamente estiraba su cola a poca distancia de mí...
y desde diferentes ramas, cantaba al sol...
...mostrando el curioso pico que les da nombre
Y aún hubo alguna sorpresa más, porque el maullido de un ratonero (Buteo buteo) me hizo levantar la vista, y no fue el ratonero lo que primero avisté, sino una enorme águila real (Aquila chrysaetos) que huía del acoso del valiente ratonero. Cuando éste la dejó tranquila, la real cicleó un poco para ganar altura y que ningún otro pequeñajo se le subiese a las barbas.

A baja altura, el sol reflejaba tonos dorados, color con que también se conoce al águila real.
Cogiendo altura, mostró que andaba cambiando alguna pluma
Cuando pasó el peligro, el aguilucho lagunero del principio de la mañana volvió a salir, y esta vez le pude fotografiar las partes inferiores.

Desde abajo, destacan las alas muy claras de los machos de aguilucho cenizo
Desde el patio de casa, acaba la crónico de hoy, pues un buitre leonado estuvo dando vueltas por si había alguna carroña cerca.

Enormes y sin aletear, son difíciles de confundir

domingo, 26 de marzo de 2017

UN CUENTO

Este fin de semana no hemos salido al campo, pero vengo a compartir un relato corto con el que participé en el I Certamen de Narrativa del Parque Nacional de Guadarrama. Es la primera vez que escribo un relato como tal, lo aderezo con algunas fotografías, espero que os guste:

ERA POSIBLE

No es posible. Y lo que no es posible, es imposible. Llevaba lo necesario para conseguirlo y estaba en el lugar adecuado. Había llegado hasta donde los árboles no consiguen crecer y ante sí tenía kilómetros de las mejores vistas posibles. Pero, ¡cómo lograrlo!

Para empezar, llevaba en sus piernas varias horas de duro ascenso y allí arriba el aire era más puro que en cualquier otro lugar de los alrededores, por lo que era una invitación a tomarse un respiro. Además, la luz era más intensa de a lo que estaba habituado, y es que aunque se trate de una montaña modesta, en todas ellas, siempre se está un poco más cerca del cielo. Esa luz, se multiplicaba en millones de destellos amarillos, porque los piornos en flor lo inundaban todo, derramándose por las laderas hasta donde los pinos volvían a dominar. La luz, hizo entrecerrar sus ojos y el cansancio hizo que buscase un lugar donde reposar.
Pechiazul (Luscinia svecia) sobre un piorno en flor
No era, ni mucho menos, un sillón de orejas, pero la erosión había tallado ese afloramiento de gneises de una forma más o menos ergonómica, así que se recostó a respirar ese aire y a disfrutar de ese paisaje que casi le hería las pupilas. Sabía de la antigüedad de esas rocas, de su historia geológica, una de las más dilatadas de las que podemos encontrar en Iberia. Por otra parte, su ojo experto, era capaz de identificar otros rasgos geológicos mucho más recientes, aunque no menos interesantes: donde parecía que sólo había montones de piedras y ondulaciones distribuidas al azar, podía distinguir morrenas, bloques erráticos y el perímetro del circo glaciar que, cubierto por toneladas de hielo, ocupó el espacio no hace tantos miles de años. Pero no, ese enorme lapso de tiempo tampoco era suficiente para hacer volar su imaginación y proporcionarle lo que buscaba.

Circo de Peñalara con morrenas al fondo y bloques sueltos
Casi no había reparado en ello, pero así, más cómodo y recuperado el aliento, percibió el rumor del agua corriendo por los regatos. Aún quedaba algo de nieve allá arriba, así que esa agua impetuosa también le hizo ser consciente del largo viaje que tenía por delante. Sería domesticada, saciaría la sed de muchos y en su camino hasta el Atlántico bañaría las riberas de otros parques nacionales y naturales. Pero no toda el agua llevaba prisa, y aquí y allá se desparramaba y tranquilizaba, aunque sólo fuera por unos instantes. Pero ni la disyuntiva entre la prisa y la pausa le evocaban mucho más.

Laberinto de agua
En aquel momento, se escuchó. Por encima del rumor del agua, se oyó un sapo croar. Entonces recordó los grandes esfuerzos hechos para proteger a esos pequeños seres que se arrastran entre la tierra y el agua. Sabía de la enorme diversidad e importancia de sus poblaciones en la zona, amenazadas por infecciones, el dichoso cambio climático, la introducción de especies alóctonas y en definitiva, casi todos los males que pueden amenazar a una especie. Pero allí arriba estos héroes, húmedos y fríos, luchaban contra todo por sobrevivir y agradecían los estudios y trabajos realizados para reforzar sus menguadas poblaciones. Ellos dirían que no eran héroes, que sólo sobrevivían como podían, pero ni siquiera esa historia de humildad y superación era capaz de hacer posible lo que allí había ido a buscar.
Sapos corredores (Bufo calamita) copulando
Se dio cuenta de que, a pesar de la modorra, aún no había cerrado los ojos, porque un reflejo fugaz pasó por delante de sus narices. Con sólo unos segundos a la vista, esas grandes alas, y a esa altura, sólo podían ser de una apolo. Enseguida recordó que esas mariposas, incluso con su gran envergadura, habían quedado aisladas en esas montañas, como si de islas se trataran. Sabía que el aislamiento las hacía únicas, sutilmente diferentes a todas las demás, y que sobre esa historia de divergencia evolutiva, tal vez podía hacer posible su idea.
Mariposa apolo (Parnassius apollo)
Tal vez cerrando los ojos lo conseguiría, pero eso no hizo sino empeorarlo. De repente, el resto de los sentidos se agudizaron aún más. Fue en aquel instante cuando se percató de la intensidad de los olores que le rodeaban: el olor de la hierba, el perfume de las flores y hasta el tufo dulzón de las boñigas. Por encima del croar de los sapos se escuchaban más sonidos aún: el melodioso canto del pechiazul, con su garganta de color azul aún más intenso que el mismo cielo, la áspera estridulación de la chicharra de montaña, las caóticas vocalizaciones de las chovas, y así hasta un sinfín de sonidos que hacían imposible el cometido propuesto. 

Chicharra serrana Lluciapomaris stalli
Incluso con los ojos cerrados, pudo notar la sombra que se interpuso entre él y el sol. No podía ser otra cosa que un enorme buitre negro, ya que nada había más grande en esos cielos. Una gran colonia criaba a poca distancia, allí donde los más grandes árboles sobresalen como mástiles en un astillero. También ahí había algo casi único, pues los libros y guías siempre hablan de dehesas y bosques mediterráneos cuando a buitres negros se refieren, pero en los pinares serranos del Lozoya viven tan felices. Por si acaso, decidió desperezarse un poco, pues aunque sabía de su poca capacidad predatoria, no quiso parecer demasiado quieto ante esos casi dos metros y medio de plumas, pico y garras.

Buitre negro (Aegypius monachus)
Volviendo en sí, se dio cuenta de que el sol pronto ya se ocultaría tras las montañas hermanas de la que se encontraba. Aún tenía que desandar el camino y frustrado, recordó que ni siquiera había sacado las herramientas con las que había cargado hasta allá arriba, no pesaban mucho, la verdad, pero fastidia no cumplir los propósitos que uno se impone. No quedaba otro remedio que volver, e intentarlo de nuevo otro día a ver si era posible lo que no había podido hacer. 

Ensimismado y distraído, porque siempre el camino de vuelta, es menos estimulante que el de ida, se vaya a donde se vaya, el susto fue mayúsculo. De nuevo una visión fugaz, medida en segundos, y sin capacidad de reacción, pero aún sin haberlo visto nunca antes, no dudó en saber que lo que se le había cruzado, no era un ungulado, o ni siquiera un perro. No, así sólo se puede mover quien se mueve entre las sombras, quien es obligado a ser furtivo en la vida, quien debe saber desaparecer para acechar a sus presas o para huir del rifle asesino. Por si acaso, para que no le quedase ninguna duda, el animal, durante un segundo interrumpió su trote, giró la cabeza y cruzó su mirada con su sorprendido observador y, antes de seguir su camino, le dejó claro que sí, que era un lobo, que habían estado ausentes varias décadas, pero que habían vuelto para reclamar lo que nunca habían perdido de todo. El corazón volvió a bombear sangre hasta su cerebro y recuperó la realidad de la que se había ausentado ante la visión de ese ser mítico y ancestral. Pero aún así, tras toparse con uno de los pocos animales capaz de causar esa sensación a cualquier ser humano, la oscuridad, el frío, la prisa por regresar, y por qué no, el miedo, hacían imposible sacar el cuaderno y el lapicero, para escribir un relato sobre el Parque Nacional de Guadarrama.
En el bosque se encuentran los miedos del hombre
Y es que por unas cosas o por otras, decidió que no es posible, que era imposible cumplir su cometido. Que por más cerca de piornos, sapos, chicharras, pechiazules, apolos, chovas, buitres, gneises, morrenas, lobos y demás, es imposible escribir un relato con entre tres y cinco páginas sobre el Parque Nacional de Guadarrama. Es imposible escribirlo allí, porque allí hay que disfrutar y sentir, y son demasiadas las historias que se agolpan para ser contadas a la vez.  Ya probaría a ver si en el sofá de su casa era posible.

FIN