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domingo, 17 de septiembre de 2017

BUCEO EN MAZARRÓN: PLAYA DE LA ERMITA

Segundo verano que, cámara acuática en mano, he disfrutado de lo lindo buceando. Esta vez ha sido en Mazarrón, Murcia, que cuenta con playas para todos los gustos: urbanas, vírgenes, nudistas, caninas, grandes, pequeñas... Nosotros hemos estado en dos, una urbana y otra virgen, ambas pequeñas, y como me he hinchado a hacer fotos, voy a hacer dos entradas. Esta primera es sobre una pequeña playa urbana, la de la Ermita, que forma una pequeña concha y al tener islotes en su frente, es de aguas especialmente tranquilas. La única pega que algunos pueden encontrar es que a poca profundidad tiene "algas", pero en realidad no se trata de algas, sino de plantas acuáticas, así que si uno las pisa, puede hacerse a la idea de que es césped.
La presencia de praderas submarinas y rocas hace que se muy fácil encontrar multitud de animales, así que sin perder de vista a la familia, enseguida me encontré con un montón de bichos que fotografiar. Como son muchas fotos, no me entretengo más, en la próxima entrada habrá aún más y mejores fotos, así que al que le guste esta, le emplazo a estar atento a la siguiente.

Empiezo con una foto que muestra hasta tres especies diferentes de peces que muestran que incluso una playa urbana puede tener gran biodiversidad: una coloreada hembra de fredí (Thalassoma pavo), varias mojarras con sus bandas negras (Diplodus vulgaris) y algún sargo (Diplodus sargus)
Playa de la Ermita desde un extremo, con sus aguas tranquilas
La misma playa vista desde mar adentro
El paisaje era de praderas en el fondo con alguna zona de rocas a los lados
Junto a las rocas grupos de grandes lisas buscan su alimento (Chelon labrosus)...
... que consiguen raspando las algas con su boca protráctil
Aquí un gran grupo se dedica a raspar el fondo
Además de algas, en las rocas también había unos cnidarios que no he conseguido identificar. Edito: buscando, buscando, parece ser que son colonias de tunicados, probablemente del género Botrylloides leachi
Otro pequeño cnidario o anémona, que tampoco he conseguido identificar
Otros peces eran las coloridas julias (Coris julis)
Aquí se ven dos hembras con sus típicas bandas longitudinales
También había alguna posidonia, otra planta acuática de mayor tamaño,
que aparece junto a un par de raspallones (Diplodus annularis)
Un sargo picudo (Diplodus puntazzo), familia de sargos, mojarras, raspallones, etc.
Buscando con cuidado, se podían encontrar algunos peces de fondo a pesar de su camuflaje,
como este rasposo (Gobius bucchichi)
Parecido al rasposo es el Gobius fallax
Entre las rocas, se podía encontrar algunas esponjas enormes como esta Hippospongia communis
Esta herrera (Lithognathus mormyrus) decidió rascarse un costado contra el fondo
Como en la primera foto una preciosa hembra de fredí nadaba con sargos y mojarras
En el fondo también buscaban alimento con sus 
barbillones los salmonetes de roca (Mullus surmuletus)
También había, ¡cómo no! erizos de mar comunes (Paracentrotus lividus)
Pennaria disticha, un cnidario colonial con forma de pluma
Grupo de salemas (Sarpa salma)
Especies del mismo género: mojarras y sargos
Salemas con más detalle, donde se aprecian las líneas amarillas longitudinales
Ocultándose en las sombras un serrano (Serranus scriba)
Varios pequeños tordos de roca (Symphodus ocellatus) y una planchita (Symphodus roissali
Otra planchita, con su coloración de camuflaje
Esta otra planchita también se arrascó un lateral
Los peces más coloreados son los fredís, incluso las hembras
También vistas desde arriba
Aquí dos se pavonean entre ellas
Si además de fijarme en los peces hubiese ido al detalle de las rocas, se verían cosas tan interesantes como algas calcáreas rojas como esta Amphiroa rigida
O este pólipo solitario del que no conozco la especie
Y aquí acabo esta primera parte, nos vemos en unos días. Antes dejo alguna cosilla interesante que también se puede ver en Mazarrón, pero fuera del agua...

Escombreras de las minas abandonadas de Mazarrón, un paisaje muy buscado por los fotógrafos

domingo, 26 de marzo de 2017

UN CUENTO

Este fin de semana no hemos salido al campo, pero vengo a compartir un relato corto con el que participé en el I Certamen de Narrativa del Parque Nacional de Guadarrama. Es la primera vez que escribo un relato como tal, lo aderezo con algunas fotografías, espero que os guste:

ERA POSIBLE

No es posible. Y lo que no es posible, es imposible. Llevaba lo necesario para conseguirlo y estaba en el lugar adecuado. Había llegado hasta donde los árboles no consiguen crecer y ante sí tenía kilómetros de las mejores vistas posibles. Pero, ¡cómo lograrlo!

Para empezar, llevaba en sus piernas varias horas de duro ascenso y allí arriba el aire era más puro que en cualquier otro lugar de los alrededores, por lo que era una invitación a tomarse un respiro. Además, la luz era más intensa de a lo que estaba habituado, y es que aunque se trate de una montaña modesta, en todas ellas, siempre se está un poco más cerca del cielo. Esa luz, se multiplicaba en millones de destellos amarillos, porque los piornos en flor lo inundaban todo, derramándose por las laderas hasta donde los pinos volvían a dominar. La luz, hizo entrecerrar sus ojos y el cansancio hizo que buscase un lugar donde reposar.
Pechiazul (Luscinia svecia) sobre un piorno en flor
No era, ni mucho menos, un sillón de orejas, pero la erosión había tallado ese afloramiento de gneises de una forma más o menos ergonómica, así que se recostó a respirar ese aire y a disfrutar de ese paisaje que casi le hería las pupilas. Sabía de la antigüedad de esas rocas, de su historia geológica, una de las más dilatadas de las que podemos encontrar en Iberia. Por otra parte, su ojo experto, era capaz de identificar otros rasgos geológicos mucho más recientes, aunque no menos interesantes: donde parecía que sólo había montones de piedras y ondulaciones distribuidas al azar, podía distinguir morrenas, bloques erráticos y el perímetro del circo glaciar que, cubierto por toneladas de hielo, ocupó el espacio no hace tantos miles de años. Pero no, ese enorme lapso de tiempo tampoco era suficiente para hacer volar su imaginación y proporcionarle lo que buscaba.

Circo de Peñalara con morrenas al fondo y bloques sueltos
Casi no había reparado en ello, pero así, más cómodo y recuperado el aliento, percibió el rumor del agua corriendo por los regatos. Aún quedaba algo de nieve allá arriba, así que esa agua impetuosa también le hizo ser consciente del largo viaje que tenía por delante. Sería domesticada, saciaría la sed de muchos y en su camino hasta el Atlántico bañaría las riberas de otros parques nacionales y naturales. Pero no toda el agua llevaba prisa, y aquí y allá se desparramaba y tranquilizaba, aunque sólo fuera por unos instantes. Pero ni la disyuntiva entre la prisa y la pausa le evocaban mucho más.

Laberinto de agua
En aquel momento, se escuchó. Por encima del rumor del agua, se oyó un sapo croar. Entonces recordó los grandes esfuerzos hechos para proteger a esos pequeños seres que se arrastran entre la tierra y el agua. Sabía de la enorme diversidad e importancia de sus poblaciones en la zona, amenazadas por infecciones, el dichoso cambio climático, la introducción de especies alóctonas y en definitiva, casi todos los males que pueden amenazar a una especie. Pero allí arriba estos héroes, húmedos y fríos, luchaban contra todo por sobrevivir y agradecían los estudios y trabajos realizados para reforzar sus menguadas poblaciones. Ellos dirían que no eran héroes, que sólo sobrevivían como podían, pero ni siquiera esa historia de humildad y superación era capaz de hacer posible lo que allí había ido a buscar.
Sapos corredores (Bufo calamita) copulando
Se dio cuenta de que, a pesar de la modorra, aún no había cerrado los ojos, porque un reflejo fugaz pasó por delante de sus narices. Con sólo unos segundos a la vista, esas grandes alas, y a esa altura, sólo podían ser de una apolo. Enseguida recordó que esas mariposas, incluso con su gran envergadura, habían quedado aisladas en esas montañas, como si de islas se trataran. Sabía que el aislamiento las hacía únicas, sutilmente diferentes a todas las demás, y que sobre esa historia de divergencia evolutiva, tal vez podía hacer posible su idea.
Mariposa apolo (Parnassius apollo)
Tal vez cerrando los ojos lo conseguiría, pero eso no hizo sino empeorarlo. De repente, el resto de los sentidos se agudizaron aún más. Fue en aquel instante cuando se percató de la intensidad de los olores que le rodeaban: el olor de la hierba, el perfume de las flores y hasta el tufo dulzón de las boñigas. Por encima del croar de los sapos se escuchaban más sonidos aún: el melodioso canto del pechiazul, con su garganta de color azul aún más intenso que el mismo cielo, la áspera estridulación de la chicharra de montaña, las caóticas vocalizaciones de las chovas, y así hasta un sinfín de sonidos que hacían imposible el cometido propuesto. 

Chicharra serrana Lluciapomaris stalli
Incluso con los ojos cerrados, pudo notar la sombra que se interpuso entre él y el sol. No podía ser otra cosa que un enorme buitre negro, ya que nada había más grande en esos cielos. Una gran colonia criaba a poca distancia, allí donde los más grandes árboles sobresalen como mástiles en un astillero. También ahí había algo casi único, pues los libros y guías siempre hablan de dehesas y bosques mediterráneos cuando a buitres negros se refieren, pero en los pinares serranos del Lozoya viven tan felices. Por si acaso, decidió desperezarse un poco, pues aunque sabía de su poca capacidad predatoria, no quiso parecer demasiado quieto ante esos casi dos metros y medio de plumas, pico y garras.

Buitre negro (Aegypius monachus)
Volviendo en sí, se dio cuenta de que el sol pronto ya se ocultaría tras las montañas hermanas de la que se encontraba. Aún tenía que desandar el camino y frustrado, recordó que ni siquiera había sacado las herramientas con las que había cargado hasta allá arriba, no pesaban mucho, la verdad, pero fastidia no cumplir los propósitos que uno se impone. No quedaba otro remedio que volver, e intentarlo de nuevo otro día a ver si era posible lo que no había podido hacer. 

Ensimismado y distraído, porque siempre el camino de vuelta, es menos estimulante que el de ida, se vaya a donde se vaya, el susto fue mayúsculo. De nuevo una visión fugaz, medida en segundos, y sin capacidad de reacción, pero aún sin haberlo visto nunca antes, no dudó en saber que lo que se le había cruzado, no era un ungulado, o ni siquiera un perro. No, así sólo se puede mover quien se mueve entre las sombras, quien es obligado a ser furtivo en la vida, quien debe saber desaparecer para acechar a sus presas o para huir del rifle asesino. Por si acaso, para que no le quedase ninguna duda, el animal, durante un segundo interrumpió su trote, giró la cabeza y cruzó su mirada con su sorprendido observador y, antes de seguir su camino, le dejó claro que sí, que era un lobo, que habían estado ausentes varias décadas, pero que habían vuelto para reclamar lo que nunca habían perdido de todo. El corazón volvió a bombear sangre hasta su cerebro y recuperó la realidad de la que se había ausentado ante la visión de ese ser mítico y ancestral. Pero aún así, tras toparse con uno de los pocos animales capaz de causar esa sensación a cualquier ser humano, la oscuridad, el frío, la prisa por regresar, y por qué no, el miedo, hacían imposible sacar el cuaderno y el lapicero, para escribir un relato sobre el Parque Nacional de Guadarrama.
En el bosque se encuentran los miedos del hombre
Y es que por unas cosas o por otras, decidió que no es posible, que era imposible cumplir su cometido. Que por más cerca de piornos, sapos, chicharras, pechiazules, apolos, chovas, buitres, gneises, morrenas, lobos y demás, es imposible escribir un relato con entre tres y cinco páginas sobre el Parque Nacional de Guadarrama. Es imposible escribirlo allí, porque allí hay que disfrutar y sentir, y son demasiadas las historias que se agolpan para ser contadas a la vez.  Ya probaría a ver si en el sofá de su casa era posible.

FIN





viernes, 6 de enero de 2017

FÓSILES DE LAS CALIZAS LACUSTRES MIOCENAS DE SANTORCAZ

Cuatro años llevo contando historias de la fauna de Santorcaz, la mayoría de las veces son sobre aquellos animales que consigo fotografiar, otras veces me conformo con sus rastros o señales. Comienzo el año con una nueva historia de bichos que dejaron sus rastros hace mucho más tiempo.

Imaginemos que nos encontramos en el Mioceno Superior, hace unos 10 millones de años, cuando los dinosaurios llevan ya 55 millones de años extinguidos. Santorcaz se encuentra aproximadamente en el centro de una cubeta rodeada por el Sistema Central, los Montes de Toledo y el Sistema Ibérico. Esta cubeta no tiene salida al mar, pues aún no ha habido ningún río capaz de atravesar esas montañas. Por tanto, el agua de lluvia se concentra en una serie de lagunas y marismas poco profundas. Procesos de desecación y la actividad de algas cianofíceas y caráceas hacen que poco a poco se vayan depositando grandes cantidades de las sales que se han concentrado en las lagunas por no tener salida al mar. En este periodo, esas sales son principalmente carbonato cálcico, que con el paso de muchos miles de años da como resultado la creación de potentes estratos de caliza. Es muy difícil, y casi nunca sucede, pero alguna vez, los animales que vivían en esas lagunas quedan atrapados y la caliza cementa a su alrededor, permitiendo que en la actualidad se conserven sus fósiles y podamos imaginar cómo era la vida en esa época.

Esta burda aproximación es para situar al lector en el contexto de los fósiles que he ido encontrando en Santorcaz a lo largo de mucho tiempo, algo que no es habitual, pero alguna vez ocurre. Cuesta imaginar la existencia de esos humedales hace tanto tiempo, pero los fósiles que expongo a continuación no dejan lugar a dudas, son acuáticos y algunos siguen viviendo hoy en los mismos hábitats.

Molde de un Planorbis, un caracol de agua que desde el Jurásico, hasta hoy,
sigue encontrándose en masas de agua dulce

Este otro ejemplar se encuentra seccionado, y muestra cómo en el interior
de la concha precipitaron cristales de calcita
Otro ejemplar en el que ha sucedido lo mismo que en el anterior
Este molde externo, muestra un caracol del género Helix
que son los caracoles que se cogen para guisarlos  

Otro caracol del género Helix, conservado íntegramente

Los fósiles en Santorcaz son más frecuentes en las calizas grises,
 y al partirlas pueden aparecer más
También las calizas blancas al partirlas, pueden contenter fósiles como este Planorbis

Esta caliza gris deja ver la sección de una caracola, probablemente una Bythinia
Además de muchos fragmentos de conchas, también se observa otra Bythinia?, 
con el interior relleno de calcita

Sección de un caracol Helix?

Un Planorbis con algún precipitado de calcita

Algunas veces, con suert,e los caracoles salen completos. 
En el de la izquierda se aprecia una costra de óxidos de hierro

Con estas caracolas también hubo suerte. Pueden ser Lymnaea?

Aquí hay secciones de otras tipos de caracolas: Paludina?

Aquí se aprecia el molde externo que dejó un Planorbis
Hay otras veces en que se pueden encontrar cosas que nos pueden confundir... Se deben a la actividad de las algas cianofíceas, que producían precipitados de calcita sobre cualquier objeto sólido.

Parece un hueso pero se trata de un oncolito, un precipitado 
de calcita sobre alguna rama que luego desapareció

Estos oncolitos, tienen forma de oreja, y pudieron formarse 
sobre una piedra o una concha de un bivalvo

Algunos fósiles más he encontrado, aunque son de época mucho más reciente, puede que incluso no tengan más de unas decenas de años. Y es que la caliza es una roca que se disuelve por efecto del agua cargada de CO2, generando acuíferos cuyas aguas, cuando vuelven a salir al exterior producen precipitados y costras calizas sobre aquello que encuentran en los manantiales: musgo, restos vegetales y hasta conchas de caracoles. Este tipo de formaciones se conocen como tobas calcáreas o travertinos. A pequeña escala se producen en los manaderos de Santorcaz, a gran escala se generan en Las Lagunas de Ruidera, por poner un ejemplo conocido.



Aquí el carbonato cálcico ha precipitado sobre caracoles iguales a los actuales
No se aprecia muy bien, pero aquí se observa el molde de una hoja de olmo


En este caso la calcita ha precipitado sobre ramas, conchas y musgo
 
De nuevo, se aprecian los nervios de hojas de olmo
La Paleontología no es mi fuerte, así que seguramente haya muchos errores en esta entrada, así que si alguien quiere hacer una corrección o una sugerencia ¡será muy bienvenida!